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Simplemente sangre: la astucia de dos ignotos hermanos, una actriz enamorada y la ópera prima que forjó un estilo muy particular

Simplemente sangre es el término que utilizó Dashiell Hammett, en su famosa novela Cosecha roja, para referir a alguien que había enloquecido debido a tanta violencia. “Simplemente sangre como los nativos de Personville”, la ciudad a la que llega el detective para descubrir que se han cometido 16 asesinatos en apenas una semana.

“Esta es la primera vez que me invade esta fiebre. Es este maldito pueblo. Nada puede terminar bien aquí. Me metí en un lío. Tuve que hacer el trabajo lo mejor que pude. ¿Cómo podía evitarlo si la mejor manera estaba destinada a enfrentar tantos asesinatos?”. La voz del narrador de Hammett sintetiza, sin saberlo, el espíritu del debut en la pantalla de los hermanos Joel y Ethan Coen. Todo va a salir mal, la sangre será derramada. Fue un guion escrito en sus años juveniles en Minnesota, su ciudad natal y la que forjó ese clima invernal que reaparecería una y otra vez en sus películas. Y también la que dio ambiente y colores opacos a la lenta agonía que conduce a todos los personajes de su notable opera prima.

Simplemente sangre se estrenó en marzo de 1984 en el Festival de Nueva York, para luego pasar por Toronto y conseguir allí un contrato de distribución con la empresa Circle Films. Los Coen era dos hermanos desconocidos para la industria del cine, dos advenedizos que llegaban desde la periferia del negocio: Joel había estudiado cine en la Universidad de Nueva York y trabajaba como montajista en películas de terror de bajo presupuesto gracias a su entrenamiento en el super 8 hogareño de su adolescencia -de hecho, conoció a Sam Raimi en 1981, cuando fue su asistente de montaje en Evil Dead, y luego le vendió un guion coescrito con su hermano que Raimi bautizaría Crimewave en 1985-; Ethan había estudiado filosofía en Princeton y trabajaba elaborando estadísticas para la tienda Macy’s. En los ratos libres escribían guiones y el de Simplemente sangre lo terminaron a fines de 1980 y desde entonces buscaron inversores para filmarlo. La estrategia fue astuta: filmaron un trailer casero de 12 minutos junto a un ignoto Barry Sonnenfeld, y en un año llegaron a recaudar 750.000 dólares, la mayoría de inversores de Mineápolis, su ciudad natal.

El bar con luces de neón en el que comienza la acción era uno de los lugares clásicos del neo noir de los años 70, que los hermanos Coen usaron como fetiche y ambientación.

El tráiler solo mostraba a “un hombre arrastrando una pala junto a un coche estacionado en el medio de una ruta solitaria, de espaldas a otro hombre al que iba a matar”. Esa escena fue suficiente. La autonomía financiera les permitió tener un control artístico absoluto sobre la película y, sin querer, encabezaron, junto a otros directores como Jim Jarmusch y Spike Lee la generación de cine independiente posterior al Nuevo Hollywood. Después de la caída de aquel oasis de cine de autor en el marco de los Estudios, Hollywood se convirtió en el reinado de las grandes corporaciones preocupadas por seducir al público juvenil y adolescente (nacido del éxito de Steven Spielberg y George Lucas). Ese nuevo cine independiente abrió camino a directores como Quentin Tarantino, Paul Thomas Anderson y Steven Soderbergh.

“Conocí a Joel Coen en una fiesta en Manhattan en 1982″, recordaba Barry Sonnenfeld en una entrevista con The Guardian de 2017. “Empezamos a hablar de lo genial que era la fotografía en El amigo americano, de Wim Wenders. Me explicó que él y su hermano Ethan querían filmar un tráiler ficticio para intentar recaudar 750.000 dólares para financiar un guion de cine negro que habían escrito. Yo acababa de graduarme de la escuela de cine de la Universidad de Nueva York y acababa de comprar una cámara de 16 mm usada”, agrega el director de películas como Get Shorty (1995) Hombres de negro (1997) y Wild Wild West (1999). “Le dije: ‘Tengo una cámara’. Y Joel me respondió: ‘Estás contratado’”.

El tráiler se filmó con Bruce Campbell como protagonista y el equipo llevaba un proyector de 16 mm para mostrar el material a grupos de inversión llenos de dentistas y otros profesionales de la ciudad. Con el aporte de 15.000 dólares recibían un punto porcentual de los 50 disponibles; los otros 50 quedaron como incentivos a los actores y otras personas que trabajaron en la película. “Un amigo inventor, multimillonario porque inventó la bomba que se usa en las botellas de [el limpiador de vidrios] Windex, se apuntó”, agrega Sonnenfeld. “Las películas independientes pueden ser una forma muy tonta de invertir el dinero, pero todos recuperaron sus 15.000 con creces”.

Simplemente sangre (1984) supuso el debut en el cine para Frances McDormand y el encuentro con Joel Coen, con quien se casaría luego del estreno de la película.

El rodaje se situó en exteriores de las ciudades de Austin y Hutto, en Texas. Por entonces, Joel Cohen había terminado un posgrado en guion en la Universidad de Austin así que incluyó en el guion los paisajes alrededor del lago. La elección del elenco sumó al veterano M. Emmet Walsh como un detective contratado por el dueño de un bar para corroborar la infidelidad de su esposa. Dan Hedaya sería el marido engañado y luego asesinado por la codicia del investigador; John Getz, el barman que oficiaba de circunstancial amante de la esposa; y Frances McDormand interpretaría a Abby, la mujer que estaba en el centro de esa impensada cadena de asesinatos. McDormand y Joel Coen se conocieron en el casting para el papel de la ‘femme fatale’, con el que ella debutaba en el cine, y se casaron después del estreno de la película.

Ninguno del equipo había estado antes en un set de rodaje. El día antes de empezar tuve que pedirle a un asistente de cámara que me mostrara dónde estaba el interruptor de encendido y apagado de una cámara de 35 mm”, señala divertido Sonnenfeld. “Joel y Ethan pensaron que tendrían que preparar sándwiches para todo el equipo; no sabían que teníamos servicio de catering”.

El bar Neon Boots, donde Julian Marty (Hedaya) cita por primera vez al detective Loren Visser (M. Emmet Walsh), es un escenario típico del neo noir, aquella tradición del policial oscuro y amoral que resurgió en los 70 para encontrar el esplendor en los años finales del siglo XX. El film noir había capturado el clima escéptico de la posguerra, con sus calles húmedas filmadas a contraluz, sus detectives de sombrero de ala ancha y piloto de colores claros, sus sombras proyectadas en las noches infernales. El neo noir fue una apropiación crepuscular de aquella estética para observar otro mundo: el de la violencia de los 70, la furia del Nuevo Hollywood, los nuevos detectives y femmes fatales ahora en colores azulinos y sombras estilizadas, como un ejercicio de resurrección autoconsciente.

Desde la radical independencia los Coen reinventaron ese clima decadente y pegajoso en el circular recorrido de los ventiladores de techo del Neon Boots, el incinerador en llamas del callejón lindante, el sudoroso detective que hace gala de su codicia, y el olor asfixiante del pescado podrido que resulta la perfecta representación de una promesa malograda.

Muchas de las ideas visuales de la película se inspiraron en la concepción del terror de Sam Raimi, director de Evil Dead (1981), con quien Joel Coen había trabajado como asistente de montaje.

“Mi personaje en Simplemente sangre, Visser, no se considera particularmente malvado. Está en el límite de lo legal, pero se divierte en la transgresión de esa frontera. Es un tipo sencillo que intenta ganarse la vida y va un poco más allá de lo habitual en sus negocios”, evoca el actor M. Emmet Walsh en el recuerdo de aquel rodaje.

Los Coen habían trabajado con minuciosa obsesión la escritura del storyboard, un guion técnico con precisas imágenes, pero el vínculo con los actores de carne y hueso era toda una novedad. “Joel nunca había trabajado con actores, así que no conocía bien el vocabulario actoral. A veces me decía: ‘¿Por qué no mirás hacia allá?‘. Y yo le preguntaba: ‘¿Por qué mi personaje tiene que mirar para allá?”. Y Joel respondía: ‘Vos seguime la corriente. ¿Dale?‘. Tenían todo detallado en el storyboard. Joel preparaba la toma y luego Ethan se acercaba y miraba por la cámara. Luego se iban a un rincón y conversaban. Lo resolvían entre ellos. Era algo privado”.

El rodaje se concentró en las ciudades de Austin y Hutto, en Texas, con el desierto como marco para la escapatoria y persecución de los personajes. Eran los espacios que Joel Coen había conocido en su estancia en Austin como estudiante.

El rodaje se extendió desde octubre de 1982 hasta casi fines de diciembre del mismo año, a lo largo de ocho semanas. Algunos contratiempos se resolvieron con astucias e improvisaciones. “En un momento Joel me llamó y me dijo: ‘Oye, M, ¿sabes hacer volutas de humo?‘. Yo no fumaba, pero lo intenté hasta terminar ahogado”, revela Walsh en la charla con The Guardian. “Cuando le dije que no podía, me dijo que no me preocupara, que habían inventado una máquina para eso. Pero cuando filmamos la escena, en un pequeño bar rutero en las afueras de Dallas, la máquina no tenía suficiente humedad para mantener el anillo unido. Finalmente, una chica de utilería me dijo: ‘¡Dame ese puro! Crecí fumando en el granero con mis cuatro hermanos’. Y empezó a hacer hermosos anillos de humo. Dije: ‘¡Guau, así es cómo se consiguen las cosas en las películas de bajo presupuesto!‘. Un rato después, la chica estaba sentada en las escaleras, vomitando”.

Las enseñanzas de Sam Raimi fueron claves para la estética de Simplemente sangre: el sigilo de la cámara temblorosa, el entierro de un personaje vivo, los planos rasantes filmados desde la perspectiva de un intruso, la acción disparatada en la escena final, en la que una pared separa a Visser de su mano empalada, y los campanazos histriónicos y la percusión sintetizada de la banda sonora de Carter Burwell. Lo que definió a la película fue un horror grotesco que nunca parecía demasiado serio, de la misma manera que ocurría con las explosiones splatter de Evil Dead. Esa irónica mirada sobre un mundo que resulta siempre un caos inexplicable frente al cual el hombre no tiene mucho para hacer definió la perspectiva de los directores tempranamente. Escenas con esa impronta, como la de la trituradora de madera en Fargo o los crímenes bestiales de Javier Bardem en Sin lugar para los débiles, recogían una mezcla de pavor y humor absurdo, la convicción de que lo peor que nos puede pasar no tiene explicación.

La película se financió con un sistema de aportes previos que sirvió a los directores para mantener el control creativo y luego venderla para la distribución. Fue clave como modelo de cine independiente previo a los años 90.

En el estreno de la película en el Festival de Cine de Nueva York, Ethan Coen respondió a una pregunta sobre su sentido estético citando las tres leyes de Raimi para el cine de terror: “El inocente debe sufrir; el culpable debe ser castigado; y hay que probar la sangre para ser un hombre, lo que significa que el héroe debe alcanzar la catarsis a través del derramamiento de sangre”. Simplemente sangre cumplió esos mandamientos y el cine de los Coen consiguió un lugar en el panorama ascendente de la independencia cinematográfica y la revitalización de los géneros clásicos. Sus héroes inocentes siempre siguieron sufriendo y ningún crimen quedó impune. Pero tampoco ninguna de las buenas acciones. El mundo es caos y no hay lógica ni ser supremo que pueda explicar su lógica.

Los hermanos Joel y Ethan CoenGrosby Group

Pero sí fue explicable el triunfo en la crítica internacional de la película, aunque la recaudación en taquilla fuera modesta y efectiva para recuperar la inversión y asegurarse la continuidad en la periferia de la industria. “Simplemente sangre ofrece una evidencia temprana de la retorcida sensibilidad y el ingenio cinematográfico de los hermanos Coen”, resumía la crítica de la época. El triunfó posterior en el circuito de Sundance y en los Independent Spirit Awards, fue la plataforma para el despegue de los hermanos como perfectos colaboradores: Joel como director, Ethan como productor, ambos como guionistas, se convirtieron en una dupla innovadora y rentable, que conseguía un excelente rendimiento económico y un gran atrevimiento visual y narrativo.

En los tardíos 80, los Coen se consagraron como directores de impronta iconoclasta, reformulando los géneros con inteligencia y humor, combinando el noir con la comedia irreverente, y explorando una gramática propia, una galería de personajes autóctonos y una radiografía de los espacios más extraños e inquietantes, desde Texas hasta su Minnesota natal.

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