El libro de Claudia Cesaroni, 1973-1983 Crecer en tiempos turbulentos (Paidós) brinda rotundas evidencias de que la mayoría de las vocaciones asoman en la infancia. En su caso, había dos ríos que pronto se encontraron: la escritura y el compromiso social. Y llamativamente, ambas se plasmaron en su primer poema infantil, Por qué, hermano, que publicó el periódico escolar de su escuela, la 47, en su Quilmes natal, cuando ella cursaba séptimo grado.
“Por qué hermano, / por qué no podemos comprendernos / recibir todos juntos la luz del sol / y luchar, unidos, contra el odio y el rencor. / Por qué si somos iguales / ricos, pobres, militares / cirujas y navegantes. / Por qué no comprendemos / de una vez / que con violencia / no saldremos adelante / y que debemos respetar / la idea de nuestro vecino / aunque seamos guerrilleros / y él un militante”.
La autora comenzó a escribir éste, su libro más reciente, cuando tenía 61 años, pero ya sabía que ese sería el destino de la innumerable cantidad de datos que fue registrando en su diario personal, inspirada por Ana Frank desde mucho antes de ir a los bailes de carnaval en el Club Quilmes Oeste, sobre la Avenida Vicente López. Casi acopiadora serial, innumerables mensajes, cartas, objetos, revistas de época y un universo de minuciosidades que fue acopiando porque sí abrazan su texto con ese encanto de la comunión cotidiana con nuestras propias cosas. Esas nadas que sólo significan para nosotros, o para otros, a quienes también pueden llegar a significar.
Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Así, por su relato emergen pluralidades semánticas que amarían tanto Roland Barthes como la cuenta entrañable de IG “recuerdos quilmeños”.
Así se suceden con el cambio de páginas y el paso de los años, los veraneos marplatenses con abuelos o los locales, trepada al ombú gigante de la Plaza del Maestro, en Bernal; las casas fantásticas en Barrio Parque, su primer vecindario; las heladerías “rivales” (El Polo y El Piave); el primer “súper”, el de los hermanos Llaneza; la muzza con fainá sobre la peatonal Rivadavia; la primaria en El Normal; los sábados por la mañana en EMBA a puro arte; el primer beso; los Imparciales que le robaba al padre para despuntar el vicio a escondidas; la estación inglesa del tren Roca; los paseos de domingo por la ribera; el asesinato de Oscar, el bañero del Club Bernal que fue “la primera muerte que les tocó de cerca”; la militancia en la Fede de Quilmes; la Escuela de Periodismo en La Plata; el Cine Moderno; la Noblex 7 Mares a la que le sacaban humo sintonizando Radio Moscú; Tato Bores, Rosa de lejos, Rolando Rivas taxista…
Podría decirse sin temor a equivocarse que esta vez se despachó con sus aguafuertes ribereñas si no fuera por la inocencia perdida.
“Ese día, agarrada fuerte de su mano mientras nos corrían los caballos y los policías de la Bonaerense, por primera vez en mi vida sentí el miedo que provoca el Estado cuando actúa brutalmente a través de sus agentes”, escribe Claudia Cesaroni a cuento del partido entre Gimnasia y River Plate, en La Plata, que terminó con represión.
Agarrada fuerte de su mano mientras nos corrían los caballos y los policías de la Bonaerense, por primera vez en mi vida sentí el miedo que provoca el Estado cuando actúa brutalmente a través de sus agentes»
Muy precoz entonces para sus pueriles 11 años, pero algo menos atroz que la que le tocó a los 18, cuando a la casa de sus abuelos llegó una carta con un pase para viajar gratis en tren y la convocatoria para presentarse en un distrito militar, en La Plata, para “hacer la conscripción”.
A ella, mujer, militante comunista que acababa de “abandonar la Escuela de Periodismo [de La Plata] porque el rector es presuntamente alguien que entregaba estudiantes”, sospecha.
Y lo que siguió fue huir de madrugada en tren, con el planito escondido que ya le había enviado su padre, desde hacía un mes ya a resguardo en una sigilosa isla del Delta del Tigre “hasta que el peligro pasara”.
En una sinfonía incesante, con el devenir de las páginas, su mirada nueva y aguda empeñada en conocer el mundo contrasta una y otra vez contra los tonos graves de las tristezas del mundo.
“Pocos días después, mientras yo escribía en mi diario: ‘Lo estoy pasando regio, con amigos por todos lados (en el colegio), con un gran y único amor (G.)’ probablemente el escritor, periodista y militante revolucionario Rodolfo Walsh estuviera revisando por última vez su Carta abierta a la junta militar. O haciendo una copia más y firmándola con su nombre y número de documento.
Las excusas que recurrentemente se esgrimen para imponer políticas regresivas o de ajuste no son ninguna novedad, y que se repiten en la historia argentina. Sucedió en 1976, en 1990, en 2001, en 2015 y sucede en 2023/24″
“(…) Luego, cuando dì materias que en mi época de estudiante se llamaban Formación Cìvica, y en mis épocas de docente Construcción de la Ciudadanía (primero a tercero) y Política y Ciudadanía (cuarto y quinto), la usé cada año como un documento fundamental para entender la historia reciente, y en particular, para comprender lo que había significado el golpe de estado de 1976.
“Intenté que mis estudiantes, que tenían la misma edad que yo tenía cuando ese golpe sucedió, pudieran ver que las excusas que recurrentemente se esgrimen para imponer políticas regresivas o de ajuste no son ninguna novedad, y que se repiten en la historia argentina. Sucedió en 1976, en 1990, en 2001, en 2015 y sucede en 2023/24. Walsh, a un año del golpe, lo describió de manera magistral, no solo desde el punto de vista del contenido, sino de las formas. No hay una palabra de más en la Carta…, no hay adjetivos que sobren. El horror es suficientemente claro, sólo hay que describirlo:
“Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror. Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país, virtuales campos de concentración donde no entra un juez, abogado, periodista, observador internacional (…) De este modo, han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días, según manda una ley que fue respetada aún en las cumbres represivas de anteriores dictaduras”, replica Claudia Cesaroni, citando la publicación que a Walsh le terminó costando la vida el 25 de marzo de 1977.
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Y en una polifonía incesante de contrastes, el relato de Cesaroni sobre su iniciación a la comprensión del mundo que la rodeaba, intercala testimonios como éste, que fue recogiendo ella misma o difundidos a través de diversas fuentes:
“Andrea F.: A los diez años abrí la puerta de mi casa y le dije a mi mamá, que estaba en la cocina, ‘hay un señor en la puerta que está pidiendo’. Mi mamá se acercó y era su hermano, recién liberado luego de haber estado en el Pozo de Arana. Cuento esto y se me caen las lágrimas y un escalofrío se me presenta en cuerpo y alma. Mi tío Omar vive pero no quedó bien. Es un recuerdo recurrente y espantoso”, cita la autora en página 385.
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Claudia Cesaroni ama las plantas cuidadas por ella misma y, desde luego el Río, su río de Quilmes, que no es otro que el de color Plata, pero bañando los pies del Club Náutico color esmeralda.
No sólo para seguir a su hermano sino tal vez como señal de acercamiento con la madre socialista, que le escatimó algunos besos y abrazos, a los 15 años, se afilió a la Federación Juvenil Comunista (FJC). Tenía 22 años, cuando en 1985 integró la Brigada del Café organizada por la FJC, y compartió con 119 brigadistas dos meses de trabajo solidario en Nicaragua, cosechando café en las ciudades de Matagalpa y Jinotega. De esa experiencia nació una película documental Los 120. La Brigada del Café (María Laura Vásquez, 2018).
En la Universidad Nacional de Buenos Aires se graduó en Abogacía y, en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, realizó un magister en crimonología, un tema que sin duda absorbe sus desvelos. El dolor como política de tratamiento. El caso de los jóvenes adultos presos en cárceles federales (2009), La vida como castigo. El caso de los adolescentes condenados a prisión perpetua en la Argentina (2010) y Masacre en el Pabellón Séptimo (2013) lo atestiguan. Además publicó Un partido sin papá (2014) y La historia de una familia, entre Roma y Buenos Aires (2021), para abordar otros rincones de su historia personal.
Trabajó en la Procuración Penitenciaria (2001-2004) y en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación (2004-2010). Con otros colegas, en 2004 fundó el Centro de Estudios en Política Criminal y Derechos Humanos (CEPOC). “Es madre de Ernesto, abuela de Mauricio, y gallina de River”, agregaría ella misma.
Como era de esperar, 1973-1983 Crecer en tiempos turbulentos ya se presentó en la Biblioteca Moreno de Bernal, que le dio uno de sus primeros trabajos, recomendado libros que venían a consultar los estudiantes.