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“Mi mamá viene todos los días, almuerza acá, relojea todo, es como la titular emérita”, dice Carlos Tuero sobre la mismísima Nelly. Fue en honor a ella que sus abuelos le pusieron La Nelly al puesto parrillero que fundaron en 1951 a orillas del Río de La Plata, en Corrientes y el río, Olivos. “Esto lo creó mi abuelo materno y le puso el sobrenombre de su única hija, Nélida, que es mi mamá”, cuenta Carlos. La propia Nelly hoy continúa en el restaurante –que desde 1961 se ubica en J. B. Alberdi al 400, frente al puerto–, con sus 83 años y una vitalidad envidiable.
La historia empieza todavía un poco más atrás, antes de que emplazaran su carrito en la costanera, frente a prefectura. “En 1948 estaban abajo, directamente en la arena. En un puestito en la playa que la gente frecuentaba mucho, venían excursiones desde capital. Hasta acá llegaban las ‘bañaderas’, que eran ómnibus colectivos sin techo, que partían del Congreso y de la plaza de Flores, al Puerto de Olivos. Los habitantes de la ciudad bajaban, se comían un choripán en nuestro puesto, disfrutaban un par de horas y se volvían al centro”, relata Carlos. Más de 75 años después, la salida a La Nelly sigue intacta: es el lugar para disfrutar de un asado en un entorno rodeado de agua y naturaleza que, de cara a las amarras, deja atrás la trama urbana por un momento. Tiene terraza frente al puerto y desde el segundo piso la vista se abre a los clubes náuticos y de pescadores que son vecinos.
–Carlos, ¿quién era tu abuelo, el fundador de esta parrilla?
–Se llamaba Alfonso De Dominicis, era un inmigrante italiano de Calabria, que en Buenos Aires conoció a una inmigrante española, Angelina Valverde, de Galicia. Vinieron desde Europa porque allá se decía que en Argentina la plata se levantaba del piso, era un país súper rico.
–¿Cómo se involucraron con la gastronomía?
–Allá no tenían relación alguna con este rubro, pero vinieron jóvenes, con todo por hacer. Mi abuelo comenzó vendiendo sándwiches con un triciclo. Iba a la salida del colegio y ofrecía sándwiches de mortadela a los chicos de la escuela Raggio, de Libertador y General Paz. Sería 1940. A finales de esa década se instaló directamente en la Playa de Olivos, en un puestito muy precario, para vender choripanes a los bañistas. A la derecha del puerto de navegación estaba la orilla, había unas escalinatas.
–¿Y por qué se fueron de la playa?
–Parece que el intendente los quiso sacar, entonces, para poder permanecer, subieron a la calle y se mudaron a Corrientes y el río, que es jurisdicción de la administración de puertos, donde la municipalidad de Vicente López no tenía injerencia. Ahí ya abrieron como ‘La Nelly’. Luego vinieron otros dos puesteros: un español que le puso ‘La Paquita’ por su hija. Y un argentino que no tenía hijos. Allí estuvieron durante 10 años, de 1951 a 1961, era algo chico, un puesto de chapa al lado del río que servía los mejores sándwiches de lomito.
–¿Cómo era la zona en ese entonces?
–Despoblada, había muchas areneras y la escuela de prefectura. Olivos era muy buscado como programa de día, venían a la playa. Había una arenera acá, y otra en Yrigoyen. El Puerto de Olivos era conocido por sus playas con mucha concurrencia.
–¿Qué trajo de diferente esta parrilla a este lugar de Vicente López?
–Lo novedoso fue traer una propuesta gastronómica a esta ubicación privilegiada. El puerto era muy frecuentado.
–¿Cómo llegó tu mamá a la parrilla?
–Si bien era un emprendimiento de los padres, ella lo tomó muy personal, muy a pecho y con mucho amor. Fue a los fuegos porque pensaba que nadie iba a cocinar como ella. Quería que la parte más importante del negocio de un restaurante, que es la comida, estuviera bajo sus manos, sin delegar. Y luego le terminó gustando.
–¿Una mujer al frente de una parrilla?
–Y era parrillera de verdad, hacía 3000 choripanes por fin de semana. Eran muy famosos los carnavales en los clubes, en esa época mis viejos estaban dos días sin dormir. Mientras mi vieja estaba en la parrilla, mi viejo estaba en la caja. Hicieron una simbiosis. Fue su gran proyecto de vida, junto a sus hijos, si le preguntás a mi vieja cuál es más importante te juro que no se qué responde. Tiene un anhelo incansable de superación.
–¿Es de perfil bajo?
–Los fines de semana está en la cocina, se sienta a mirar cómo hacen las cosas. A lo sumo si alguien pregunta por ella, la van a buscar y sale a saludar, pero no anda paseando por las mesas.
–¿Por qué en Vicente López?
–Porque vivían en el barrio Saavedra y les quedaba cerca. Cuando les empieza a ir muy bien, ya se mudan a Olivos, se compran una casa en el alto. Como Nelly se involucra desde muy chica en el negocio y es buena con los números, siempre bromeamos que le compró la casa a sus padres. Este restaurante es como la criptonita de la familia. Tuvimos otros negocios y este es el centro de nuestra energía. Una familia que estuvo dedicada a esto, no existían los fines de semana, no había cumpleaños ni casas de amigos. Yo pasé en el puerto mi adolescencia. Ahora está tranquilo, pero antes transitaban camiones con arena. Veías cómo descargaban todo, venían barcos areneros y cuando el agua bajaba, subía la arena, todo esto verde que ves acá eran areneras. En los ‘90 esto ya quedó zona de ocio y deporte.
–¿Cómo se transforman en un emblema de Olivos?
–Creo que está muy bien ubicada, y alberga infinidad de historias de vida de las personas. Me fui a Inglaterra a un viaje y conocí a un tipo que le había propuesto matrimonio a su mujer acá. Obviamente que el río nos ayuda.
–¿Qué hay que probar?
–Tenés que comerte un asado. Si viene un alemán le digo: pedite el ojo de bife. Te podés comer una buena provoleta. Las fritas las cortamos nosotros, las españolas a la provenzal son espectaculares. Acá no es comida sofisticada ni del mundo, es muy tradicional, más genérico, algo te va a gustar sí o sí. Si no comés carne, será una ensalada. O una pasta casera. El flan casero, el panqueque de dulce de leche…
–¿Cómo es la empanada a la parrilla?
–En vez de freírla, se termina de cocinar a las brasas, la ponen al fuego cruda. Se le marcan los hierros. Nosotros picamos la carne para el relleno. También hay caprese, de jamón y queso.
–¿Por qué siguen vigentes?
–La calidad de la comida, los precios razonables acordes al lugar, el servicio al cliente, el ambiente familiar y descontracturado, con un menú muy variado y un horario de apertura y cierre muy amplio. Será porque ofrecemos una buena combinación, una ecuación que cierra y que a la gente le gusta. De un puesto callejero a una esquina que conoce casi todo el mundo: la parrilla del puerto de Olivos que tiene dos pisos.
–¿Cambió el público?
–Hay más público en la semana, porque hicieron mucho edificio y mucha oficina. Un lunes, si está lindo, se llena. Aumentó la densidad poblacional, antes eran solo casas. Todo el corredor Libertador se revitalizó mucho. Cuando hicieron el vial costero levantó un montón el área. Gente de otros lugares sigue viniendo, de toda zona norte y también de zona oeste, del sur.
–¿Vinieron o vienen famosos?
–Sí. Vinieron y vienen personajes del mundo del deporte, actores, actrices, políticos. Jugadores de fútbol, casi todos. Vino desde Robledo Puch –que tenía un amigo acá cerca– hasta la princesa Estefanía de Mónaco, que vino de Capital y se escondió acá, fue muy copada, vino sola. Maradona, corredores de Fórmula 1 como Niki Lauda, el único al que le pedí un autógrafo. También vinieron Bullrich y Duhalde.
–¿Por qué entraste al negocio?
–Mis viejos tenían el restaurante y yo los ayudaba, venía bastante. Me recibí de economista, trabajé seis meses en el Citi, hasta que un día dije “renuncio” y me vine para acá. Yo soy el más grande, el primogénito, luego se incorporaron mi hermana Carolina y mi hermano Adrián. Somos casi cuatro generaciones en el negocio: mis abuelos, mis padres, mis hermanos y yo, y de a poco se van asomando mis hijos y mis sobrinos.
–¿Cómo se actualizan?
–Dentro de lo tradicional, vamos incorporando platos. Somos pet friendly y hummus friendly pero respetamos de dónde venimos: somos carnívoros. Esto es una parrilla, vas a venir y vas a comer bien. No hay que traicionar la esencia. Las pastas son buenas, hay ravioles, sorrentinos, canelones y ñoquis que hacemos acá. Un domingo al medio día, siempre alguien va a pasar y va a preguntar por Nelly. Mi viejo es más grande, tiene 91 años y hasta hace poco también venía seguido. Ahora solo pasa a comer con mi vieja, que en el ‘64 se casó con el hijo del proveedor del pan, que hacía las entregas en Olivos. Ahí fue cuando se sumó al proyecto mi papá. Actualmente tenemos nueva ambientación y 350 cubiertos, porque también tenés el jardín. Desde que se fue la arenera, tenemos más espacio verde.
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