InicioDeportes"Mi autoexigencia no ha bajado. Es algo de mi ser"

«Mi autoexigencia no ha bajado. Es algo de mi ser»

7 de agosto de 2021. Argentina le gana 14 a 13 a Brasil en el quinto set; Match Point. Sebastián Solé realiza un saque flotado hacía el lado brasileño. Lucarelli recepciona, arma Fernando Cachopa y remata Douglas Souza. Del otro lado de la red aparece el máximo bloqueador de los Juegos Olímpicos de Tokio: Agustín Loser. Punto por bloqueo y la Albiceleste obtiene nuevamente la medalla de bronce tras 33 años. La primera vez fue en los Juegos de Seúl de 1988. Agustín nació en General Alvear, Mendoza. Su cable a tierra cuando retorna de una temporada. Tanto al principio, cuando viajó a Buenos Aires para jugar en Club Ciudad, como cuando decidió seguir su carrera en Francia (Tourcoing LM) e Italia (Club Allianz Milano). Hoy, con 27 años, siendo medallista olímpico y campeón europeo con el Perugia, tiene la mirada puesta en el Mundial de Filipinas, que se disputará del 12 al 28 de septiembre del presente año; el 13 debutará contra Finlandia a las 23:30 (hora de Argentina), luego jugará frente a Corea del Sur el 15, y el 18 cerrará el grupo C al chocar con el bicampeón olímpico, Francia. En la antesala mundialista, Loser habló con Página 12 y resaltó un rasgo del conjunto argentino: su cultura de lucha.

–¿Cuándo comenzaste a enamorarte del deporte?

–De chico hice fútbol, tenis, básquet, y terminé haciendo vóley en el colegio. Me gustaba, pero no había sido mi primera elección, porque en mi familia no estaba muy presente. Mis viejos hicieron básquet. Con el tiempo me empezó a gustar más. Me fui a vivir a Buenos Aires, quería jugar el Mundial de Chaco Sub 19 y ser titular. Sabía que entrenando en el colegio iba a ser muy difícil, porque entrenaba tres veces por semana y era super amateur. Mis compañeros de Selección estaban en todos los clubes de Capital y tenían otro tipo de entrenamientos. En mi cabeza estaba jugar ese Mundial en 2015, terminar la escuela y estudiar Medicina. Pero cuando jugué el torneo me dije: “esto me encanta. Quiero ver hasta dónde puedo llegar”. No sólo por el deporte, sino por toda su locura. Venir de Alvear y ver a la gente hacer cola para vernos, con el estadio lleno, era una sensación muy distinta a la que estaba acostumbrado. Ahí hice el clic, decidí quedarme en Buenos Aires y priorizar el vóley.

–¿Qué importancia formativa tienen las escuelas?

–En Alvear no había clubes federados. La única forma de jugar al vóley era en las escuelas, donde se organizaban olimpiadas regionales y venían a participar no sólo colegios de Mendoza, San Luis o Córdoba, sino de Uruguay, Chile. Eso te hacía medir con chicos de un nivel bastante bueno. Es lo que te da la oportunidad de crecer. Cuando uno está en Buenos Aires, en un club federado, las posibilidades de llegar aumentan. Pero la verdad que mis caminos se abrieron a través de la escuela y clubes sociales. Porque después del colegio, estaba el polideportivo de la ciudad que se armaba para representar los Juegos Evita. Por eso es tan importante que nuestro ejemplo les llegue a chicos para que se motiven a seguir ese camino, aunque estén en el lugar más recóndito de la Argentina. De que es posible y hay conexiones para poder hacerlo.

–¿Qué función social tiene el deporte?

–Para los chicos que se les dificulta ver la luz al final del túnel, el deporte es un momento para olvidarse de lo que les pasa. Persiguen objetivos y sueños. Es un motivador para seguir adelante. Hay que publicitar el deporte para que cada vez llegue a más niños. El impacto real de la medalla en Tokio 2021 fue que más chicos se sumaron a escuelas y clubes.

–¿Cómo te llevás con el desarraigo?

–Fue lo que más me costó y lo que más me cuesta, cuando me voy a Europa o cuando estoy mucho tiempo afuera. En su momento, pasar de una ciudad de 40 mil habitantes a Buenos Aires era el otro extremo. Desde el interior se ven las peores noticias y mis viejos estaban preocupados por la seguridad. Pero ellos me bancaron. Fue muy difícil; volver a ver a mi familia y amigos luego de 4 meses me parecía muy raro. No te digo de tener momentos de querer largar todo, pero sí de tristeza, porque el último año del colegio lo hice en Buenos Aires y me perdí viajes de egresados y fiestas. Lo que se hace al terminar la secundaria con tus amigos cercanos. Es perderse los buenos o malos momentos de seres queridos por una pasión que te motiva a seguir cada día. Siempre que puedo vuelvo a Mendoza para recargar energías.

–El enfoque es importante…

–Vivir tantas cosas juntas, el estar solo, representar al país o las exigencias del alto rendimiento te van haciendo crecer como persona. Soy alguien a quien le gusta superarse y la cabeza en el alto rendimiento juega un porcentaje muy grande. Entiendo que mis pares de Selección y del club están en la misma que yo, y sabía que tenía que crecer mentalmente para poder llegar.

–¿Cómo fuiste desarrollándote como jugador de vóley?

–Cuando estaba en la escuela, se hacían cambios de roles y no había algo definido. El entrenamiento era algo más general. Al llegar a Club Ciudad y a la Selección me establecí como Central, porque era la función que me gustaba y me hacía sentir cómodo. No era muy físico y alto (1,98m) comparado a nivel internacional; entonces tenía que buscar algo para compensar la falta de altura. Intenté ser un jugador más completo: buen sacador, buen atacante y buen bloqueador. Tuve entrenadores que me fueron enseñando mucho. En Club Ciudad, con Hernán Ferraro (como jugador participó del Mundial de Vóley de 2002 y de los Juegos de Atenas 2004), aprendí mucho del bloqueo. Él era armador. Me ayudó a entender las situaciones de juego, al armador rival, a hacer hincapié en ser un central con saque en salto y en potencia. Eso fue moldeando el jugador que quería ser. Sigo creyendo que todavía puedo seguir aprendiendo.

–¿De qué manera vivís la incertidumbre del juego?

–Hay veces que es suerte. Si ponés bien las manos, saltás a tiempo, te pega y se va afuera, en cierto punto tenés que estar tranquilo que hiciste las cosas bien. No siempre hay que clavarse un puñal. A veces no te equivocás; son situaciones del juego, te toca el meñique o el rival tiene sus méritos. Después están los errores: pusiste las manos mal, las abriste de más o distintos tipos de fallos que tendrás que enfocarte en ello y mejorarlo. Es diferenciar cuándo se hacen las cosas bien y cuándo no.

–Es todo un proceso lidiar con la frustración…

–Es algo que me costaba mucho porque siempre fui muy autoexigente conmigo mismo. Desde que era chico me pasaba de ser muy competitivo y me frustraba mucho al perder o que no me salgan las cosas. Me jugaba en contra en el vóley. Porque esa negatividad la vas acompañando en los siguientes puntos y te saca de partido. A través de psicólogos, leyendo y sabiendo la importancia que tiene la cabeza en el alto rendimiento, fui aprendiendo distintas técnicas para intentar olvidar lo que pasó y saber que el próximo punto es otra oportunidad. Esa positividad de luchar y seguir adelante.

–Lograr la medalla en Tokio 2021 o el Sudamericano obtenido en 2023, ganándole a Brasil luego de 59 años, ¿te ayudó a relajar esa frustración?

–Lo que me nombrás son sueños que quería alcanzar desde que decidí en el Mundial de Chaco ver hasta dónde podía llegar. Hoy la frustración la vivo de otra manera: perder o jugar mal no es lo peor que te puede pasar. Pero mi autoexigencia no ha bajado. Es algo de mi ser.

–¿Cómo ves a la Argentina a la hora de jugar por un punto?

–Históricamente tiene una línea de recepción muy buena. Creo que, por un tema físico, nuestro fuerte no es el saque. Es algo que hay que mejorar. El vóley pasa mucho por el saque. Los equipos buscan ser agresivos en esa faceta para que el rival juegue con la pelota separada. Es una estrategia que tenés que ir viendo durante el partido. Porque si se hace un saque demasiado fuerte, nos podemos equivocar de más. Pero si hacés un saque fácil, el rival recibe perfecto y después es muy difícil hacer un bloqueo o recepción. Le das confianza al rival en ataque. Además, si el contrario te recibe continuamente es desmoralizador. Buscamos mantener una buena secuencia de equipo.

–¿Describime en una palabra lo que te genera hacer un bloqueo positivo?

Felicidad. Es lo que más disfruto a la hora de hacer un punto.

–En este Mundial de Filipinas, la Argentina llega con una renovación generacional. ¿De qué manera se construye un equipo competitivo?

–Hoy los que somos grandes, que nos tocó ser jóvenes en los Juegos de Tokio, hemos aprendido los valores que nos han pasado los más grandes. Los equipos se manejan con valores. Los Juegos de París 2024 fueron duros. No plasmamos en la cancha el vóley que queríamos. Cuando no estamos bien podemos perder con cualquiera. Pero cuando estamos bien como equipo, le podemos ganar a cualquiera. Hay selecciones que son favoritas históricamente y que nos sacan años luz en infraestructura. Por eso luchamos para estar a su nivel. Es lo que tratamos pasar de generación en generación: el espíritu de lucha del ser argentino.

¿Qué significado tiene el vóley en tu vida?

–Es mi pasión y el amor por el trabajo. Por eso trato de disfrutarlo en cada momento porque esto se termina. Lo pongo en una parte muy importante de mi vida, junto con la amistad y la familia.

Más noticias
Noticias Relacionadas