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Crítica de Blanca Nieves: sin el príncipe, pero con el ADN de Disney que encanta

Todas las controversias, o casi todas -porque ya veremos que una sigue en pie- en torno a Blanca Nieves no se ven, no se sienten en la proyección de la película con Rachel Zegler y Gal Gadot. Como si todo el palabrerío solo hubiera servido de promoción, mala o buena, con una película que tiene la difícil misión de ser remake de una de las películas de Disney más queridas por niños y niñas (y adultos) de todo el mundo.

Y esta Blanca Nieves por suerte no es como la Pinocho de Robert Zemeckis con Tom Hanks, y logra algo similar a los resultados de El libro de la selva, o Aladdin.

Dicho esto, la película de Marc Webber se aparta lo suficiente del filme original de 1937 para crear una historia que, si bien respeta algo del cuento de hadas de los hermanos Grimm, se acomoda a los tiempos presentes en términos de empoderamiento femenino.

Es que el guion de Erin Cressida Wilson (La chica del tren) vuelve a la princesa que soñaba con un caballero en otra más preocupada por demostrar que tiene el coraje para convertirse en líder, seguir los pasos del rey y enfrentar a la Reina malvada. Ya se lo había dicho su noble padre: ella es intrépida, justa, valiente y veraz.

Rachel Zegler («Amor sin barreras») canta como los dioses. Fotos Disney

Y Rachel Zegler, que ya lo dijimos, canta como los dioses, lo hace todo con sensatez y sentimiento.

Hasta se diría que Blanca Nieves tiene una relación con su padre, sin llegar al complejo de Electra, similar a la de Mulán con su progenitor.

Los 7 enanitos volaron del nuevo título, pero tienen un peso específico en la nueva misión de la heroína de tez blanca como la nieve.

Lo que desentona no son los cambios en la trama, sino el aspecto de los 7 enanitos animados.

Sí: los modernos estándares de representación, que han evolucionado hasta el presente, generan la única controversia de la película a partir de que los siete enanitos no son interpretados por enanos, sino que son animados. Y a uno solo de ellos (Gruñón) le pone la voz un actor que tiene enanismo (Martin Klebba). Los siete mineros que cantan Heigh-Ho al salir de la mina (que es lisa y llanamente un juego de montaña rusa como el que hay en Disneyworld) son menos fotorrealistas que los animalitos que corretean y vuelan por el bosque.

Y no me digan que Tontín no es igual a Alfred Neuman, el personaje de las tapas de la revista Mad.

A diferencia de lo que Disney hizo con El Rey León, que prácticamente era una fotocopia de la animación original, esta Blanca Nieves (así, separando Blanca de Nieves) es otra película. Mantiene el espíritu del original, pero lo actualiza y cambia personajes, actitudes y tiene muchas, pero muchas más canciones que la película de 1937.

Ningún príncipe. Andrew Burnap interpreta al ladrón del que se enamora Blanca Nieves.

Sí: Blanca Nieves es directamente un musical, uno que, a menos que resulte un fracaso en la taquilla, más tarde que nunca veremos en el New Amsterdam Theater, el teatro insignia de Disney en Broadway.

Las canciones de Benj Pasek y Justin Paul, el dúo de La La Land y Dear Evan Hansen, no solo son pegadizas, sino que sirven de andamio a la historia que se quiere contar. Y vayan anotando Waiting On a Wish a la hora de la entrega del Oscar.

Tras unos números musicales que nada tienen que envidiarle a Wicked, la trama se va abriendo y la presentación ya es distinta al original. Se dice, en versión socialista, que “la tierra es para el que la cuida”, aparecen los reyes, el papá y la madre de Blanca Nieves, que aman a su pueblo y cocinan tartas de manzana para compartir, pero la reina muere, el padre se vuelve a casar y la madrastra (una Gal Gadot vestida a todo trapo y joyas, como Angelina Jolie en Maléfica), se deshace del rey misteriosamente, y se convierte en una déspota.

Gal Gadot luce el vestuario y las joyas, igual que Angelina Jolie en «Maléfica».

Y sí: Blanca Nieves, convertida en sirvienta, así como los campesinos en soldados, barre con su escoba de paja, se acerca al aljibe y también canta en algún momento con un pajarito azul posado en sus dedos.

Está el Espejo mágico que le dice a la madrastra que Blanca Nieves es más bella que ella, también el cazador que le perdona la vida a la protagonista en el bosque. Y están los árboles que parecen aprisionar a Blanca Nieves en el bosque cuando huye, y los animalitos, y los enanitos.

El que no está, perdón por el spoiler, es el príncipe sin nombre. El interés romántico de Blanca Nieves es Jonathan, un ladrón (Andrew Burnap) que dirige a unos bandidos, que junto a los enanitos serán el ejército de rebeldes que acompañarán a la heroína en su lucha contra la Bruja mala. Y ella no esperará a que la besen.

Las canciones del dúo de «La La Land» son pegadizas y arman la historia.

Blanca Nieves encara.

No necesita que la salven.

No entra a la casa de los enanitos y les limpia todo, hasta la taza sucia que “ya no tiene azúcar”. No. Ella no llega y limpia. No. Les dice lo que deben hacer.

El espejo mágico no podía faltar. Bueno, tal vez sí, pero por suerte, no.

¿Y la manzana envenenada? Sí, no podía faltar. Pero el desenlace, como podrán adivinar y no contaremos es distinto.

A los puristas seguro que Blanca Nieves no les gustará nada. Pero si Disney cambió el final de La Sirenita (sí: en el cuento de Andersen Ariel sacrifica todo por amor, pero no es correspondida por el Príncipe, y muere) cuando resurgió allá por fines de los años ‘80, y nadie dijo nada, no habría por qué rasgarse las vestiduras por las modificaciones y/o actualizaciones.

Que en Disney pudieron escribir otra historia, seguro. Pero sería otra película.

“Blanca Nieves”

Buena

Aventuras / Musical. Estados Unidos, 2025. Título original: “Snow White”. 109’, ATP. De: Marc Webb. Con: Rachel Zegler, Gal Gadot, Andrew Burnap, Martin Klebba. Salas: IMAX, Hoyts Abasto y Unicenter, Cinemark Palermo, Cinépolis Recoleta, Avellaneda, Houssay, Showcase Belgrano y Haedo.

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