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Gustavo Yankelevich: las 15 horas de trabajo diario, los 41 puntos de rating y su gran referente

“Hace 35 años, cuando nosotros empezamos, Canal 11 estaba quinto. Entramos el 15 de enero de 1990, cambiamos la sigla y la programación. En abril ya arrancamos con las promociones y en mayo cambiamos a Telefe. A finales de junio ya estábamos primeros”. La historia de una de las últimas grandes transformaciones de la televisión abierta en la Argentina se pone en marcha, en el recuerdo de Gustavo Yankelevich, con el vértigo de una carrera automovilística llena de alternativas.

Durante ese brevísimo primer tramo, el que largó en la última fila pasó a liderar la carrera. Yankelevich fue el gran artífice de todo ese cambio desde el comando de la gerencia de programación. Hoy, en otras manos, el canal mantiene el liderazgo y a partir de este miércoles celebrará a lo largo de todo el año el aniversario inaugural de un recorrido que empezó con un equívoco. Aquel 15 de enero todavía se identificaba en pantalla como Canal 11. Fue en el mediodía del 5 de mayo la primera vez que ese lugar fue ocupado por el logo original de Telefe, distinto al actual, representado por la imagen de tres pelotas de distinto color.

A los 40 años, tercera generación de una de las familias pioneras y más ilustres del medio, Yankelevich vivió su triunfo definitivo como responsable de la experiencia televisiva más exitosa de la etapa privatizadora propiciada en 1989 por el gobierno de Carlos Menem. Condujo la programación de un canal manejado por una variopinta sociedad integrada por Editorial Atlántida (a través de Constancio y Aníbal Vigil), el holding empresario Sociedad Comercial Del Plata (Francisco y Santiago Soldati), Avelino Porto (rector de la Universidad de Belgrano), el fabricante de cerámicos Luis Zanón (ex propietario del Italpark) y varios canales del interior aglutinados alrededor de la figura del empresario de medios Alejandro Massot.

«Yo supe escuchar a mi ángel», responde Yankelevich cuando se le pregunta sobre el secreto de su éxitoSantiago Cichero/AFV

Aquella notable gestión como programador había tenido un breve capítulo inicial en el mismo lugar y en otro contexto, evoca Yankelevich en el comienzo de un extenso mano a mano con LA NACIÓN en el que recorrerá toda una larga historia televisiva que dejó atrás, aunque nunca del todo, para dedicarse con el mismo éxito a la producción teatral. La charla transcurre en el barrio porteño de Palermo antes de su regreso a Punta del Este, donde está instalado desde hace seis años junto a su esposa, Rossella Della Giovampaola.

“Yo había estado en el 11 durante la intervención de Carlos Negri, entre 1988 y 1989 –evoca Yankelevich-. Me fui cuando él renunció, porque fue quien me trajo. Ya había asumido Menem como presidente y como Negri venía del lado de los radicales decidió alejarse. Lo que nunca imaginé en ese momento es que seis meses después iba a estar de nuevo al frente de la programación del canal.

–Venías de trabajar con Carlos Montero.

–No solo eso. Montero es el gran referente de mi carrera, alguien que quiero, respeto y admiro muchísimo hasta el día de hoy. Es mi gurú.

–¿Qué fue lo que más aprendiste de él?

–Siempre tuve una gran admiración por él, pero los que trabajábamos en aquel momento en Canal 9 como yo y los que estaban en Canal 13 como Carlos jamás se cruzaban de vereda. No es como ahora. Antes, el que empezaba en un canal seguía su camino ahí, sin moverse. Por eso, aunque lo admiraba muchísimo, era imposible que estuviésemos juntos.

–Hasta que en un momento pudieron encontrarse. Y cambió todo para vos.

–Cuando uno sueña o desea algo yo siempre digo: sueñen fuerte, deseen fuerte. Esa energía hace que las cosas se concreten. Yo deseaba mucho trabajar con él aunque sabía que era imposible. Hasta que en un momento dado Montero se convirtió en el creador de ATC. Ya no estaba en el 13. Y en 1979 me tocó producir en ATC Los hijos de López, con Hugo Moser. Pocos años después Montero y Juan Carlos Mesa pusieron en marcha Mesa de noticias con un formato que era muy parecido.

Gustavo Yankelevich en sus años de responsable de la programación de Telefe

-¿Cómo era?

-En Los hijos de López salíamos casi al día con el programa. Se escribía y se grababa en la misma jornada de emisión. Surgió lo de Mesa de noticias y en el canal preguntaron quién lo podía hacer. Le recomendaron a Montero mi nombre y él me llamó. Me derretí. No podía creer lo que me estaba pasando. Sentí que empezaba a hacer un máster en televisión. Y terminé al lado de Montero haciendo un máster en la vida.

–Después tuviste tiempo para pensar que a partir de ese momento te estabas convirtiendo en uno de los grandes transformadores de la televisión argentina.

–Yo vivía al día. No me dejaba llevar por el éxito. Mucho después hicimos 41 puntos de rating en el primer programa de uno de los mayores éxitos de Telefe, Amigos son los amigos, y todos se juntaron en mi oficina para festejar. Disfrutémoslo, les dije, pero esperemos al martes que viene. Si lo repetimos ya va a ser otra cosa. Y cuando a la semana siguiente el número se repitió volví a decirles exactamente lo mismo: vamos por un martes más. No quería caer en el exitismo. Había que trabajar día a día, con un perfil muy bajo. Casi no hice notas en esos diez años al frente de Telefe. Tampoco había redes. Entraba a las 8 de la mañana y me iba a las 11 de la noche todos los días.

–Pero detrás de ese éxito volvía a aparecer un apellido con el peso y el significado de la palabra Yankelevich en una nueva etapa de la televisión argentina.

–Hubo alguien, no sé quién, que me dijo en ese momento algo que nunca olvidé: “Alguien te está canalizando, te está ayudando desde otro plano”. En ese momento no entendí el significado de esa frase y empecé a darme cuenta que algo así existe a partir del fallecimiento de Romina [Yan, su hija, en 2010]. Y hoy te puedo decir con absoluta certeza que durante todos esos diez años yo estuve canalizado por Jaime Yankelevich, mi abuelo, y por Miguel Yankelevich, un tío que falleció cuando yo era chico. Los dos estuvieron conmigo cada vez que sacaba algo y enseguida sabía que iba a ser un éxito. Era así, aunque resulte muy difícil de explicar. Me tenía mucha fe. Y tengo hasta hoy muy claro que esa fe viene de otro lado.

Yankelevich hoy, compartiendo los recuerdos de su gran etapa en la televisión argentina al frente de la programación de TeleféSantiago Cichero/AFV

–Eso tan difícil de explicar se llama intuición, algo que siempre se reconoció como tu mayor virtud. En tu caso, una intuición casi infalible para crear éxitos en la pantalla de TV. Pero a la intuición también hay que ayudarla cuando se pone en práctica. Con método, organización, equipos…

–Después del fallecimiento de Romina, Selva Alemán me regaló El gran libro de los ángeles. Allí se define la intuición como el acto de saber escuchar al ángel que nos guía. Todos nacemos con un ángel de la guarda a nuestro lado. Ese ángel nos acompaña desde que nacemos hasta que nos vamos. Yo supe escuchar a mi ángel. Y sigo tratando de escucharlo y de entenderlo.

–¿Es verdad que Aníbal Vigil, uno de los hombres fuertes de Editorial Atlántida, te tomaba examen para que le explicaras los planes que tenías para programar Telefé?

–Aníbal me ayudó mucho para que yo fuese el director de programación del canal. También Carlos Montero y Francisco Soldati. Ellos fueron los que impulsaron mi nombre frente a los otros accionistas cuando ellos tenían en cuenta a otra persona para ocupar ese cargo. Nunca supe quién fue. Aníbal y Francisco les torcieron el brazo al resto para que fuese yo el elegido. Aníbal nunca me tomó examen. Me hacía preguntas para saber y entender hacia dónde iba.

Pablo Rago y Carlos Calvo, protagonistas de Amigos son los amigos, el primer gran éxito de la gestión de Yankelevich en TeleféSoledad Aznarez – Archivo

–¿Y que pasó al final con los otros accionistas?

–Nosotros arrancamos el 15 de enero de 1990. Una semana antes, el 8 de enero, tuve una reunión con todos los accionistas, siete titulares y siete suplentes. Ese día estuvieron todos menos Aníbal, que ya había hecho su trabajo. Ahora dependía de ellos la decisión de si me querían o no. Eso sí lo sentí como un examen. Ya había dado varios orales y ahora me tocaba el escrito, que era llevar una programación. La tipeé, la imprimí, hice fotocopias y se la entregué en mano a cada uno. Me preguntaron de todo. Hoy, esos recuerdos son para mí una suma de anécdotas.

–¿Por qué?

–Porque hoy no siento que haya sido yo la persona que vivió todo esto. Cuando me hablan de todo aquello o me paran por la calle, te juro que respondo con la sonrisa de alguien que no soy yo. De verdad, yo no siento que haya hecho todo eso. Me fui y ya pasó.

–¿Qué te lleva a ver toda esta parte de tu vida de esa manera?

–Preferí hacerlo así y no quedarme con todo. Me queda ese montón de anécdotas, como la que te paso a contar. En la programación que entregué al directorio, para el viernes a la noche puse películas. Y uno de los accionistas me preguntó: “¿Usted sabe lo que hay el viernes a la noche en la televisión?” Y le respondí que sabía: el programa número 1 de la TV, Seis para triunfar, con Héctor Larrea. El accionista insistió: “¿Y usted dice que con esas películas le puede ganar?” Sí, le contesté. “¿Y qué películas piensa programar?”. Respondí: cuando me contraten se lo digo. Ahí programé un ciclo que ya tenía pensado con las películas de Brigada Cola, los bañeros, Guillermo Francella. Y le gané a Larrea. Eso fue parte del examen que me tomaron.

Junto a Marcelo Tinelli, en 2011, durante la inauguración del Pabellón Pediátrico Romina Yan en BolívarArchivo

–¿Cómo trabajabas?

–Todas las ideas prácticamente partían de mí. Pero a la vez armé muy buenos equipos porque nadie sale campeón solo.

–¿Por dónde empezaste para pasar en tan poco tiempo del quinto al primer lugar?

–Yo soy futbolero. Cuando un equipo está al final de la tabla lo primero es tratar de que no te hagan más goles.

–Había que fortalecer la defensa.

–Exacto. Y la defensa en ese momento no figuraba en el prime time. Los eslabones arrancaban a las 11, 12 del mediodía y había que sumarlos para que la cadena se empezara a fortificar. Yo ponía las promociones de la noche en los horarios de más rating para que la gente viera que había cosas nuevas. Arranqué con la programación del mediodía y también probé con Videomatch, que apareció a la medianoche para febrero o marzo del 90 y se transformó en lo que conocemos. Pero el primer programa que llamó la atención y empezó a marcar que Telefe existía, aunque todavía era Canal 11, fue Amigos son los amigos. Y ahí todo empezó a fluir. Era esto y paf; lo otro y paf. Y ahí quisiera volver a esto de la intuición.

–A ver…

–En ese momento decía que las estrategias las manejaba con la cabeza, pero que tomaba las decisiones con las tripas. Después me di cuenta, al leer el libro de los ángeles, que al hablar de las tripas lo que hacía en realidad era escuchar a mi yo interior, a mi ángel. Me guiaba más por eso que con cualquier razonamiento.

–¿Por qué nunca hiciste en Telefe un programa como Los hijos de López o Mesa de noticias?

–Como productor de esos programas sabía que algo así es muy difícil de realizar. Era una epopeya diaria. Por eso, en vez de poner un mismo programa todas las noches hacía propuestas distintas. Era un esfuerzo grande, pero manejable. Los lunes Brigada cola; los martes, Grande Pa; los miércoles, Amigos son los amigos; los jueves, El gordo y el flaco y Atreverse, de Alejandro Doria, y los viernes, Mi cuñado, con Luis Brandoni y Ricardo Darín. Una programación muy fuerte.

Grande Pa, un éxito colosal en materia de rating durante la gestión de Yankelevich en Telefe

–Volvamos a Videomatch, que programaste en un horario que en ese momento todos calificaban como marginal. ¿De qué manera te ayudó a lograr ese objetivo de fortalecer la defensa?

–Era un horario que permitía a la gente irse a dormir con una sonrisa y además para que quedara el canal en sintonía y al día siguiente, a la mañana o al mediodía, cuando se volvía a encender el televisor, la imagen seguía en Telefe. La estrategia era esa. Después creció como programa y fue una maravilla.

–La idea original del programa no fue la que finalmente se convirtió en un verdadero fenómeno de la pantalla.

Videomatch nació como un programa de deportes a partir de una propuesta de Pepe Irusta hijo, que trajo a la Argentina lo que hoy es ESPN. El programa presentaba distintos segmentos deportivos con diferentes especialistas. Cuando nos fuimos quedando sin material me tocó viajar al Mip de Cannes, la feria de televisión más importante del mundo, y recorriendo pasillos me paré en un stand, frente a un monitor donde había mucha gente. Todos estaban mirando los bloopers. Pregunté si ese material estaba en venta y lo compré. El resultado fue brutal.

–Hablando de monitores, tu oficina en Telefe tenía al lado del escritorio varios televisores con la imagen de cada uno de los canales de aire.

–Así es. Yo tenía reuniones todo el día y mientras seguía muy atento a la conversación miraba por arriba lo que mostraban las pantallas. Y de repente pedía disculpas para anotar algo o levantar el teléfono y les avisaba a los productores, a la gente de mi equipo y al control central lo que estaba pasando en ese momento. Yo estaba muy pendiente del aire.

Yankelevich, con mucho para contar sobre la televisión de ayer y de hoySantiago Cichero/AFV

–Eso significa que no parabas nunca.

–Cada día dejaba a Tomás y a Romina en el colegio y me iba al canal. Entraba a las ocho y cuarto de la mañana y salía a las 10, 11 de la noche.

–¿Y cuándo descansabas? ¿Cuál era tu cable a tierra en ese momento?

–Era el canal. Estaban mi familia y mis hijos, por supuesto. Pero yo tenía toda mi libido puesta en el canal. Sabía que era el momento para dar lo mejor de mí.

–En tu casa se hablaba todo el tiempo de tele.

–Sí, claro. Y te cuento algo muy lindo. En aquel tiempo de la tele estaban los “peliculeros”. Así llamábamos a los distribuidores de las películas que pasábamos en el canal. En aquel momento el 9 era el único canal privado, pero Romay no quería gastar en películas, y los canales del Estado no tenían plata para pagarlas. Entonces, cuando entraron los nuevos licenciatarios en 1990, los peliculeros estaban llenos de material. Me encontré con una oferta maravillosa, tremenda, pero que no conocía.

–¿Qué hiciste con todo eso?

–Pedí las listas completas, me fui a mi casa y nos acomodamos Romina, Tomás y yo en el suelo, sobre la alfombra, con todos esos paquetes de películas. Les dije: “Chicos, lo único que quiero que me recomienden es comedia y aventuras. No quiero dramas”. Y empezaron a elegir títulos que a lo mejor no eran conocidos, pero estaban dentro de lo que buscaba.

–¿Y funcionaron?

–Como la gran siete. Mis hijos me armaron toda la primera programación de películas del canal. Todo lo que programé fue por recomendación de ellos. Te digo más: hasta el día de hoy Romina sigue siendo mi gran referente. Todo lo que ella me decía en este plano yo lo fui aplicando.

Gustavo Yankelevich junto a su hija, Romina YanArchivo

–Antes de que vos llegaras, uno de los puntales históricos de la programación de Canal 11 fueron sus ciclos de películas, sobre todo los sábados: Cine de Super Acción y Hollywood en castellano.

–Yo dejé durante un tiempo los Sábados de Super Acción hasta que entré con Siglo 20 Cambalache, que fue otro exitazo. Después llegó al prime time Los Simpson, un éxito que sigue hasta hoy.

–¿Qué funcionaba en ese momento de la televisión y ahora no?

–Ahora no hay tanta posibilidad como antes de que la gente se enganche en la televisión de aire con una ficción nacional. Me da mucha pena, es una lástima. Eso tiene mucho que ver con los presupuestos y la economía.

–¿Y qué le queda hoy a un canal de aire para seguir sosteniéndose?

–La televisión de aire no va a morir nunca. El cable empezó dos años antes de que arrancáramos con Telefe. Estaba Cablevisión y Video Cable Comunicación (VCC) y se manejaba la idea de que en cinco años el cable se comía a la televisión de aire. Hoy, 30 años después, mirá cómo estamos. La TV abierta sigue vivita y coleando.

–¿Cómo definís el estilo que impusiste en Telefe?

–En una sola palabra: familia. Yo hice una televisión para la familia. Y una televisión popular con calidad, con valores, no populachera. Cada vez que me preguntan cuáles son los límites que se manejan en la televisión, yo respondo: los valores. No el gusto, que puede variar de una a otra persona. Pero la escala de valores es siempre una sola. Cuando pasaste esos límites, te fuiste a la banquina. Nosotros hicimos algunas cosas, poquitas, que rozaron la banquina. Y no siguieron.

Yankelevich y su nieto Franco, a quien le augura un gran futuro artístico

-¿Cuáles fueron?

–Prefiero no hablar de eso. Quiero evitar en este momento cualquier polémica. Estoy muy tranquilo, viviendo en paz.

–¿Conseguiste durante tu gestión todo lo que te habías propuesto?

–Yo me doy por hecho. Telefe fue lo más importante que profesionalmente hice en toda mi vida. Me involucré en todos los programas con excepción de las tiras, que en general llegaban con todo armado, como Perla negra. Salvo una, Muñeca brava, que armamos con Raúl Lecouna. El resto de las ficciones, todos los unitarios siempre pasaron por mi escritorio. Leía todo y les decía a los autores: esto funciona bien, dale para adelante. O esto otro no me gusta tanto. Por eso me costó tanto después de que me fui agarrar un libro, estaba limado. Después me recuperé y volví a leer, especialmente para teatro, que es lo que me ocupa en este momento.

–¿Te quedó algo sin hacer? ¿Alguna gran frustración de aquella etapa?

–Me pasó con el Tequila [crisis económica de mediados de los 90]. Tenía un presupuesto cerrado desde el año anterior y me lo frenaron. Me dijeron que había que ahorrar, que cerrar canillas. Yo tenía todo listo para hacer El fantasma de la ópera con Arturo Puig, Cecilia Dopazo y Fernán Mirás, y la dirección de Carlos Berterreix. Los llevamos a Nueva York para que vieran la obra. Se sacaron fotos allá, hicimos las promociones, hubo tapas de revistas. Cuando volvieron me pidieron que parara el proyecto y tuve que hacerlo. Soy luchador y competitivo, pero no soy un necio ni un irresponsable. No quedó otra que parar.

–Pero nunca dejaste de hacer televisión.

–Sí, claro. Hubo un ciclo que disfruté muchísimo hacer, Popstars, el reality del que salió Bandana. Fue un fenómeno muy grande. También produje la novela de Chayanne, Provócame. Y hace poco coprodujimos con Telefe Got Talent. Igual, siento que todo lo que tenía para dar en la tele ya lo hice.

–Pero me imagino que te siguen pidiendo consejos…

–Sí, pero no específicamente de manera institucional o a partir de alguna llamada del canal. Muchas veces me siento a tomar un café con algún actor que me llama para orientarlo en su carrera. Que me sigan teniendo en cuenta es un halago.

–¿Ves televisión?

–Sí, pero en esto sigo lo que dice Roberto Moldavsky, con quien hice varios espectáculos. Él dice que cuando el hombre llega a casa y hace “tac” con el control remoto se le apaga el cerebro. Veo fútbol, veo tenis. No me involucro tanto en el tema series, ficciones. Estuve diez años corrigiendo cada libro que salía al aire. Fue mucho. Hoy lo que busco es esparcimiento.

–¿No extrañás entonces, no sentís nostalgia?

–No extraño, porque como te decía antes, hoy no siento que haya sido yo quien vivió todo eso. Hace muchos años que hago terapia y cuando le dije a mi maravillosa terapeuta Mary que iba a parar le pedí que me ayudara en tres cosas: que nada me tentara para quedarme, que me ayudara con la angustia y la tristeza que iba a sentir al irme y que me acompañara en el “día D”, el día después. Al final no hizo falta que me ayudara. Yo sentí que empezaba otra etapa. Ya había dado todo lo que tenía que dar y disfrutar lo que tenía que disfrutar. Ya pasó.

–¿Cómo te gustaría que fuese recordada toda esa etapa?

–Me encuentro todo el tiempo con gente de 40, la misma edad que yo tenía cuando me hice cargo de la programación de Telefe, y me dice: “Yo crecí con los programas que hiciste. Llegaba del colegio, encendía la tele y me quedaba viendo Jugate conmigo, Xuxa, El mundo de Disney y tantas cosas más”. Varias generaciones crecieron a través de Telefe y el canal sigue siendo el número uno. Creo que dejamos cimientos que no se destruyeron y muchos llegaron para construir sobre ellos. Tomé conciencia muchos años después de que lo que hice como cabeza de equipo traspasó generaciones. Es lo más lindo que me queda.

–¿Sentís que estás dejando algún legado?

–Siento después de tanto tiempo que hay continuidad a partir de lo que hice. Estoy convencido de eso por el gran trabajo que hicieron en el canal Tomás Yankelevich y Darío Turovelzky. Ellos son mis continuadores porque supieron sostener los mismos valores que levantamos hace 35 años. Son hijos míos.

-Ya tenemos una nueva generación de Yankelevich, la cuarta.

-Y no te puedo decir nada por ahora de los hijos de Tomás, Inti y Mila, que tienen 14 y 7. Los veo con una capacidad interesante como para ser continuadores del apellido. Pero el que está haciendo una gran carrera es Franco, el hijo mayor de Romina. Fran es un gran actor que con el tiempo va a ser reconocido por lo que vale. Yo empecé a trabajar hace 56 años. Vi a mucha gente, elegí a muchas figuras y sé de lo que hablo. Le tengo mucha fe. La próxima realidad es Franco.

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