¿Pueden caber tantas vidas en la vida de una sola persona? Médico, piloto de avión, cineasta, actor, escritor, empresario, cocinero, propietario de un restaurante, Enrique Piñeyro no se detiene un instante y a casi todo lo que emprende le agrega una importante dosis de compromiso solidario. Dueño de un Boeing 787, una de sus últimas misiones fue llevar ayuda humanitaria a Sudán.
–A los tres años ya amabas el cielo y conocías mucho sobre aviones. ¿Ya sabías que gran parte de tu vida iba a transcurrir volando?
-No es algo que te lo planteas. Es algo que es. Vivía bajo el localizador de Aeroparque. Los aviones pasaban a 300 metros. Era tirarme en el pasto y mirarlos. Pedía que me llevaran a la terraza para mirarlos bien. La primera vez que vi un jet de combate, que hacía un ruido que parecía que se venía un trueno permanente, tuve una sensación física de emoción. Era impresionante.
-¿Empezaste a volar para darle sentido a ese niño que eras? ¿Creés que uno tiene que volver siempre a ese punto de partida para darse explicaciones?
-A los 40 años uno se pregunta: “¿Qué estás haciendo?” Y hay que poder pasar esa entrevista. Entonces uno se plantea: “¿Tengo deuda, no tengo o tengo superávit?”. Ahí aparecen las cosas que nunca te imaginaste que ibas a hacer. Yo creo que la versión más pura de uno mismo es el niño que uno fue, incluso el adolescente; el adolescente se empieza a plantear cómo hacerse hombre. Para mí son dos etapas en las que, si tenés alguna duda en la vida, remitite a qué hubiera hecho el niño o el adolescente. El adulto es un tipo mucho más complicado, temeroso. El niño tiene esa claridad de objetivo, esa falta de filtro, esa reacción inmediata a lo que siente. Son cosas preciosas y de adultos las perdemos.
–¿Te sentís más cerca de Dios estando en el aire?
-En el improbable caso de que exista, sí. Es que desde arriba ves cosas que es imposible ver en nuestra limitada vida en la superficie. Las nubes de tormenta parecen el Everest. El punto de vista desde la cabina de un avión, y puntualmente desde el 787, es mucho más limpia. Estás viendo todo.
-Te compraste tu avión por un fin muy concreto y humanitario: poder traer refugiados de África e ir a buscar gente a Ucrania.
-Es una especie de capitalismo disruptivo. Es un sistema que permite una acumulación de dinero infinita, y me pregunto para qué. En la medida que unos acumulen mucho, otros van a tener menos. Los recursos naturales son finitos, alguien se está perdiendo algo, la torta está muy mal repartida. Los países nórdicos, por ejemplo, tienen una estructura productiva capitalista, pero fiscal, totalmente socialista. En esos países, si vos ganas un millón, te quedas con 500 mil en la mano; pero si ganas un millón cien, te quedas con 480 mil. Empieza a ver disuasivos a la acumulación y el Estado funciona.
-Saltaste a la vida pública después de denunciar las condiciones de inseguridad de LAPA (exempresa aérea argentina). Tiempo después, hubo un accidente, murieron 65 personas. ¿Cómo te redefinió esa denuncia?
-En el momento que yo escribí esa carta, diciendo que eso iba a pasar, yo sabía que mi carrera en toda la línea aérea estaba terminada.
-Estabas sacrificando tu carrera
-Para evitar lo que no se pudo evitar, la muerte de 65 personas y tratar de evitar la impunidad, que ocurrió porque el gerente general y el gerente de operaciones zafaron, y les pusieron dos condenas en suspenso a dos perejiles, el jefe de línea y alguien de mantenimiento. Es muy frustrante cuando vos ves en cámara lenta que eso va a pasar y que nadie está haciendo nada, que estás desesperado tratando de avisar que eso va a pasar.
–Tus películas documentales también fueron para denunciar, tenían ese sentido. Pienso, por ejemplo, en Fuerza Aérea SA y El Rati Horror Show.
-Es lo que, como un director de cine documentalista, me interesaba, que pasaran cosas. Fue una herramienta para contar una historia, porque yo sabía que más allá de lo que decían la justicia y los medios, ese avión se cayó y sé perfectamente quiénes fueron los responsables: el dueño de la empresa, el gerente general y el gerente de operaciones.
-Naciste en Génova, volcaste tus pasiones en Argentina, pero sos, en esencia, un trotamundos
– Es mi historia. Nunca paso más de seis meses en ningún lado. Nunca dejé de viajar y de dar vueltas.
-¿Por qué decidiste poner un restaurant (Anchoíta), qué rápidamente adquirió mucha fama y tiene lista de espera?
-La forma segura de sentarse en el restaurante es llegar después de las doce de la noche, si llegas a la una te sentás y podés comer. Odio los restaurantes que cierran a las once. Hubo un viernes, a las dos de la mañana, en donde no había una sola mesa. Eso fue muy particular. Es muy lindo porque se arma un clima muy festivo. Es como una fiestita. A veces se encuentran mesas de amigos que no sabían que iban a estar. Cuando estoy en Buenos Aires, me vas a encontrar siempre en el restaurante.
-Hiciste algo disruptivo con respecto a la cultura del trabajo en Anchoíta, las entrevistas, el trabajo en equipo…
-Las entrevistas de trabajo son un chiste, todos somos preciosos en una entrevista. Yo soy encantador en esta entrevista, ¿no? Un currículum es una autopromoción narcisista. Yo soy un narcisista que sabe que es narcisista y me da vergüenza hacer un CV. Lo que más te revela cómo funciona un empleado es pasar tiempo con la persona, asignarle una tarea y ver cómo la resuelven. En Open Arms (ONG dedicada al rescate en el mar) me decían: “Nadie puede simular más de una semana en un barco, excepto un argentino que puede simular dos”.
-Seguís teniendo en tu Boeing las imágenes de Mahsa Amini, asesinada por el régimen iraní, y de Amir Nasr-Azadani, condenado a 26 años de prisión por defender los derechos de las mujeres en ese país.
-Llevábamos un cargamento de ayuda humanitaria a Gaza; el gobierno egipcio nos hizo bajar en el Arish International Airport, en la frontera con Gaza. Viajábamos con esta consigna escrita: “Ninguna mujer debería ser forzada a cubrirse la cabeza. Ninguna mujer debería ser asesinada por no cubrirse la cabeza. Y ningún hombre debería ser colgado por decir eso”. Llevamos a la selección brasileña de fútbol femenino, a Melbourne, con esas fotos en el avión, y Lula se enojó porque Irán, que es su aliado, le había hecho un planteo por esto. Bajaron del avión con esa pintada que dio la vuelta al mundo, salió en The Guardian, en el Washington Post, en todos lados. Lula, un presidente progresista, pero Irán le dijo “¿cómo puede ser que nos hagas esto?”; ahí se justifican hablando de qué se trata de su cultura, pero eso no es cultura. Habían contratado el chárter para ir y volver y no volvieron con nosotros.
-¿Ahora dónde está puesto tu foco de atención?
-En lo que pasa en Europa. Los europeos fueron inmigrantes ilegales durante siglos en el África, llegaron con cañones, con armas, traficaron con humanos, hicieron genocidio. Bélgica, en el Congo, mató a más de 10 millones de personas y amputó a otros tantos porque no llegaban a la cuota de algodón o de caucho. No se hacen cargo de nada y siguen depredando las fuentes laborales y después dicen: “Estos inmigrantes no sacan trabajo”. Y no es así. Es Europa la que les sacó trabajo, pescando a 30 millas de la costa de Mauritania y Senegal, con acuerdos con la Unión Europea, corrompiendo líderes o presidentes en África, y siguen pescando ahí; son canoas de madera de diez, doce metros. Salen a la mañana de la capital de Mauritania y vuelven a las cuatro de la tarde, rebosantes de peces. Había peces para esa gente, pero quedan vacíos, claro que se quieren ir a Tenerife, no logran extraer del mar la cuota alimentaria para sobrevivir. Y Europa se escandaliza por la fosa común que ellos mismos crearon. Todos los días se mueren entre siete y nueve personas en el Mediterráneo.
-¿Qué le da sentido a tu vida, lo primero que se te viene a la cabeza?
-Se me vienen 70 cosas, desde la alegría de haber logrado formar una familia. Los hijos, mi mujer y toda esa parte de mi vida. Y seguir disfrutando tanto de lo que hago. Sigo aprendiendo. Y, por supuesto, volar.
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