Desde que Donald Trump se impuso en forma aplastante en las elecciones del 5 de noviembre, más de U$S 3 billones se han invertido en Wall Street; y U$S 1,3 billones correspondieron a activos high tech, sobre todo a las compañías de Inteligencia artificial (IA), que son la vanguardia de la revolución tecnológica.
Lo que está en juego en EE.UU. es que la superpotencia norteamericana se propone convertir a la Inteligencia artificial en el eje irrestricto de la actividad productiva, lo que implica su inmediato traslado al sistema global, en una fenomenal manifestación del soft power estadounidense, que es la excepcional capacidad de atracción que ejerce en el mundo de hoy el país-frontera del sistema.
En los últimos 4 años ingresaron a EE.UU más de 20 millones de inmigrantes ilegales provenientes de 120 países en el mundo, atraídos como un imán por la posibilidad de realizar el “sueño americano” en una sociedad de sobre-empleo como es EE.UU hoy.
Todo en la civilización norteamericana tiene una raíz religiosa, y al mismo tiempo un profundo sentido comercial. Es una sociedad futurista, pero profundamente anti-utópica.
La estrategia que ya ha puesto en marcha Donald Trump, junto con su mano derecha Elon Musk, consta de dos maniobras convergentes: un proceso de desregulación generalizada de extraordinaria magnitud, centrado en las startups de Silicon Valley, y en la capacidad de inversión de Wall Street.
Al mismo tiempo se proponen desarticular a las grandes plataformas tecnológicas (Amazon, Microsoft, Google, Facebook, entre otras) a través de un impulso sistemático a la competencia, en el convencimiento de que estas gigantescas unidades se expanden cuantitativamente, pero aplastan y sumergen en la mediocridad todo proceso real de innovación.
Esto hace que -en la visión de Trump y Musk- toda auténtica innovación provenga de las startups de IA o no exista.
Por eso es que para fomentar la innovación es más importante la desregulación que la rebaja de impuestos, como incentivo a la creación y a la pasión por invertir de las startups y de la sociedad en general.
Trump y Musk, en breve síntesis, están redefiniendo el poder en el mundo de hoy.
El adversario de la dupla es el status quo de EE.UU. y del mundo, con el objetivo de afirmar la superioridad innovadora norteamericana.
La semana pasada Trump advirtió que toda inversión industrial y high tech que se realice por más de U$S 1.000 millones deberá ser autorizada, ante todo ambientalmente, dentro de los 12 meses de su presentación (a diferencia de los 10/15 años actuales).
Esto es parte del esfuerzo que va a exigir Scott Bessent, nuevo secretario del Tesoro, que se propone adicionar 3 millones de barriles de petróleo por día a partir de 2025, como integrante de una disminución del déficit fiscal de 6% a 3% del producto.
La raíz estructural de esta estrategia es la siguiente: Goldman Sachs señala que la IA ha desatado en los últimos 2 años un boom de innovación de entre 4 y 6 puntos del producto que se despliega plenamente entre 2025 y 2035, con un boom de productividad de 1% anual en este mismo período.
Todo ésto exige una inversión de U$S 200.000 millones por año, que es la mayor en la historia del capitalismo en relación al producto desde la 1° Revolución Industrial (1780/1840). Ya supera (incluso antes de hacerse cargo del poder político Donald Trump el 20 de enero) a la magnitud inversora que provocó la construcción de los 2 ferrocarriles intercontinentales norteamericanos inmediatamente después de terminada la Guerra Civil (1861/1865).
La industria de semiconductores o “chips” que hace a la infraestructura del despliegue pleno de la Inteligencia artificial ha recibido ya una inversión de U$S 447.000 millones que se despliegan en 83 proyectos de 23 estados.
Se estima que las 5 principales compañías IA – Nvidia, Google, OpenAI, Microsoft, y Anthropic – invertirán 4 puntos del producto en 2025, tres veces más que el resto del mundo sumado.
El “Manifiesto Tecno-Optimista” lanzado por las principales figuras de Silicon Valley (16/10/2023) sostiene que la IA se rige por 2 categorías esenciales: a) Aceleración de los retornos, porque crece a partir de sí misma, y la tasa de retorno se eleva en forma de espiral positiva, cada vez más desenfrenada; y b) Aceleración generalizada, que afirma que lo único que garantiza la espiral positiva del eterno retorno es el impulso deliberado hacia un avance tecnológico sin límite alguno.
Esto significa que la derecha rupturista que encarna Trump se ha aliado vía Musk al futurismo tecnológico más avanzado, y por lo tanto nada tiene de reaccionaria sino todo lo contrario: está absolutamente volcada al futuro, y es una crítica incesante al status quo en todas partes y al mismo tiempo.
En suma, la dupla Trump/Musk, es un ejercicio pleno del optimismo civilizatorio norteamericano, y vuelve a ampliar el campo de lo posible en el mundo contemporáneo; y una vez más como advirtió Alexis de Tocqueville en 1837, EE.UU se vuelve a convertir “en el país del mundo donde el futuro llega primero”.