Cada 10 de diciembre, catorce días antes de Navidad, Estocolmo se viste de fiesta. Desde 1904, en la capital sueca se celebra uno de los eventos más importantes de su calendario: la entrega de los premios Nobel. Desde que el rey Oscar II dio gran impulso a la Fundación Nobel e instauró la tradición, es la familia real sueca la que se encarga de galardonar a las personas o instituciones que hayan realizado investigaciones, descubrimientos o contribuciones excepcionales a la humanidad en Física, Química, Fisiología o Medicina y Literatura [el de la Paz se entrega en Oslo, Noruega]. Con una ovación sostenida, los elegidos de este año subieron uno tras otro al escenario de la Sala de Conciertos de Estocolmo [es la sede de la Real Orquesta Filarmónica y el recinto donde se realiza la ceremonia] para recibir el premio [una medalla, un diploma y cerca de un millón de euros] de manos del rey Carlos XVI Gustavo, jefe de la Casa Real de Bernadotte desde 1973. El martes pasado, los aplausos y miradas fueron, sin dudas, para las princesas: tanto en la ceremonia como en la comida en el Salón Azul del Ayuntamiento para homenajear a los galardonados, Victoria –la primogénita y heredera del trono– y las princesas Magdalena y Sofía impactaron con sus vestidos y con sus joyas cargadas de diamantes y de historia.